Las tensiones entre Rusia y Estados Unidos son evidentes. Desde hace años la OTAN se expande hasta Polonia y Lituania y EEUU implementa su escudo antimisiles cerca de las fronteras rusas, con la intención de mantener a raya a Moscú. Precisamente esta semana Rusia, ante el emplazamiento en territorio polaco del escudo antimisiles estadounidense, ha desplegado misiles tácticos en el enclave de Kaliningrado, que limita con Polonia y Lituania.
En la ‘frontera sur’, las cosas no están saliendo según lo planeado por Washington. La guerra de Irak fortaleció a Irán, aliado de Rusia. En Siria, donde Moscú y China han mostrado músculo, se sigue echando un pulso entre diversas potencias internacionales, en medio de una guerra que está sangrando a la población de forma especialmente cruel.
Además, desde 2001 operan conjuntamente, bajo el paraguas de la Organización de Cooperación de Shangai, los llamados 5 de Shangai: China, Rusia, Kazajistán, Kirgistán y Tajikistán, además de Uzbekistán, una alianza que provoca quebraderos de cabeza a Estados Unidos.
La Rusia de Putin y Medvédev está buscando su posición clave dentro de Eurasia, tejiendo alianzas y tratando de acercar a su órbita no sólo a antiguas repúblicas soviéticas, sino también a países clave de Oriente Medio. El mundo es cada vez más complejo y son varias las potencias con un poder económico, político y militar in crescendo.
Las consecuencias de la nueva multipolaridad no se dan sólo en el plano político, sino también en el seno de organismos internacionales tradicionalmente marcados por una enorme influencia de Estados Unidos, como la ONU, el FMI o el Banco Mundial.
Ucrania, en momento de giro
Ucrania es un capítulo clave en las tensiones entre Rusia, EEUU y la UE. La antigua república soviética está vigilada de cerca y desde hace tiempo por la diplomacia occidental. “Ucrania está en un momento de giro. Puede ir hacia la UE o firmar el proyecto imperial de Putin”, escribió hace unas semanas Zbigniew Brzezinski antes de que estallaran las grandes protestas en territorio ucraniano.
Brzezinski, que fue asesor del presidente Jimmy Carter –con el que trazó la estrategia para armar a muyahidines afganos en 1979 contra los rusos–, sigue siendo uno de los analistas y asesores más influyentes en Washington y, de hecho, fue uno de los que respaldó a Obama desde el principio. Enorme defensor de los intereses de EEUU –con lo que esto conlleva–, afirma que quien controle Eurasia controlará el mundo. Entre sus obsesiones están, por tanto, China y Rusia, países que están reforzando su cooperación en materia militar. “Sin Ucrania, Rusia nunca podrá volver a ser una gran potencia”, dijo Brzezinski a finales de los noventa.
“En una sociedad engañada, empobrecida y confundida, que espera soluciones simples e inmediatas, el fascismo es eficiente y fructífero”, escribía hace unos días el analista ucraniano Oleg Yasinsky, en referencia al auge del fascismo en territorio ucraniano.
Estos días diversos gobernantes europeos –y representantes políticos estadounidenses– han expresado su solidaridad con los manifestantes proeuropeos en Ucrania. Algunos, como el senador McCain, han acudido a Kiev para protestar a su lado. ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la realpolitik de la UE en el caso de Ucrania? ¿Será capaz, en medio de su decadencia moral, de protestar codo con codo con la extrema derecha ucraniana?
Hay quienes confían en que la multipolaridad genere un equilibrio natural, con un juego “en tablas” debido a la existencia de varias potencias que no se atreverían a enfrentarse entre ellas porque tendrían demasiado que perder. Los más optimistas ven en esa multipolaridad la democratización de las relaciones internacionales.
Sin embargo, no es suficiente confiar en los presuntos equilibrios que podrían surgir de una igualdad de fuerzas entre varias potencias. Una democratización real de las relaciones internacionales precisa de algo más: políticas en busca de justicia social, leyes destinadas a mermar los crecientes desequilibrios económicos y sociales que hay en el mundo, organismos protectores de los derechos fundamentales de los ciudadanos y, por supuesto, una defensa a ultranza de la aplicación del derecho internacional, instrumento fundamental para poner freno a los abusos de los países más privilegiados contra los más débiles.
En un mundo cada vez más globalizado, con cada vez más potencias emergentes, es precisa la reivindicación de la ley internacional y la defensa de la declaración de los derechos humanos. Si no, ¿qué más nos dará que sea solo un imperio o varios los que nos exploten, nos invadan o nos roben, en nombre de la democracia y la libertad?
Olga Rodríguez / Publicado el 17-12-2013 en eldiario.es